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RELATOS



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  1. A pesar de que pisé a fondo el acelerador y me salté dos semáforos, no conseguí llegar a tiempo al trabajo. Así que finalizaron sin mí aquella reunión tan importante que tenía, y tampoco me libré de la bronca de mi jefe. Conviene recordar que, además, había dejado a mi chica literalmente tirada en la cama a punto de hacerme una felación. Así que aún no eran las nueve de la mañana y ya podía decir que oficialmente el día estaba siendo un auténtico asco.





Por suerte, al poco de estar sentado en mi mesa, me llegó un correo electrónico que contribuiría a mejorar la jornada. Era de Elsa y el título del mensaje ya era revelador: "Me has dejado a medias". Lo abrí con precaución, pues intuí que su contenido iba a exigir discreción, y no me equivoqué.




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El texto, escueto, decía: "Eres malo. Me has dejado tirada y con ganas de llevarme algo a la boca". Lo mejor es que adjuntaba una foto en la que, mirando con expresión de niña traviesa a la cámara, se chupaba el dedo índice de la mano.



El olor al coño de Elsa estaba aún en mis dedos, por lo que ese aroma, combinado con aquella imagen y las ansias por volver a casa para cobrarme la mamada que me debía, impedían que me concentrara en el trabajo. Puedo asegurar que nunca había cometido tantos errores escribiendo al teclado, pues cada movimiento de mis dedos me recordaba que hacía menos de dos horas con ellos había estado invadiendo el sexo de mi chica.



Poco a poco fui recuperando la calma y la concentración, pero me duraron poco porque Elsa, que cuando se pone juguetona es un auténtico demonio, me envió un segundo mensaje. El asunto ponía "Me estoy preparando para luego". En esta ocasión me había enviado un pequeño vídeo grabado con la cámara de fotos; en él se pasaba por los labios una barrita de crema hidratante. La cerraba y me decía, mirando a cámara con su sonrisa más pícara:



-Me los estoy hidratando bien porque esta tarde voy a necesitar que estén flexibles y suavitos para… lo que tengo que hacer-. Y termino la frase con un besito volado.



Tras esta nueva provocación, tuve que levantarme a beber un poco de agua, pues la excitación de nuevo se había apoderado de todo mi ser. Y sólo podía pensar en esos labios sedosos recorriendo mi verga, poco a poco, llenándola de saliva, haciéndome sentir el mayor de los placeres. Vamos, la clase de pensamientos que no debería tener caso se es ejecutivo de una compañía tan seria como la que me da de comer.



Pude trabajar con cierta tranquilidad una hora más, hasta que a eso de las diez y media un nuevo correo electrónico de Elsa irrumpió en mi bandeja de entrada. El asunto del nuevo mensaje me provocó una erección casi inmediata: "Tengo ganas de leche".






RELATOS



Era otro pequeño vídeo: mi chica, con la camisa cubriendo sus pechos lo mínimo, se bebía lentamente un vaso de leche. Al llegar al último trago, se viraba a la cámara y dejaba que un poco del líquido blanco se derramara por la comisura de sus labios y mojara su torso. Mientras con la mano se lo extendía por la piel, abrió la boca para dejar que viera cómo su lengua jugueteaba un poco con la leche antes de tragársela. Luego decía:



-Quiero más. ¿Me la darás tu?- Y se cortaba, dejándome literalmente con la mano en el paquete, pues casi no puedo frenar mis ganas de masturbarme ahí mismo. Por suerte, un obsceno pensamiento hizo detenerme: "Debo guardar toda mi leche para ella".



Una visita el baño para enjuagarme la cara con agua fría sirvió para despejar –sólo en parte- mi estado de turbación, tras lo cual me reincorporé a mi cansino puesto de trabajo. Me había acostumbrado a que Elsa mandara mensajes cada media hora, por lo que cada dos por tres consultaba mi correo para ver si había novedades. Pero pasaron las once, las doce y casi había llegado a la una sin noticias suyas. Estaba un poco decepcionado, si bien comprendía que ella también tendría cosas que hacer y no iba a estar toda la mañana pendiente de este juego.



Me equivocaba, porque en ese preciso instante recibí un mensaje al teléfono móvil. De nuevo, era un texto acompañado por una foto. Decía: "Me he puesto la pintura especial", y en la imagen me mostraba un plano detalle de sus labios con carmín rojo. El fondo casi no se distinguía, peor me resultaba extrañamente familiar a pesar de que sabía que no era mi casa.



Se trataba de una broma privada de los dos. Elsa no suele maquillarse y sólo se pinta los labios en ocasiones señaladas. Otro día en el que también estábamos juguetones y nos dedicamos a hacer travesuras en unos grandes almacenes, le compré uno de eso lápices de labios con fijador que aguantan mucho tiempo. Ella lo bautizó como "la pintura especial a prueba de mamadas", ya que, tal y como comprobamos, con ella podía comerme la verga sin que el color se perdiera.



Cuando aún estaba asimilando el nuevo mensaje, recibí una llamada al móvil. Era ella. Y al descolgar, la escuché susurrando:



-Si quieres cobrar la mamada que te debo, ven ya al baño de caballeros de la planta cinco- y colgó.



No me lo podía creer. ¡Elsa estaba en mi oficina! ¡Y quería practicarme sexo oral allí mismo, en horas de trabajo! Era una locura, si me pillaban podrían despedirme pero, por otra parte, ¿quién podría decir que no? Así que fui corriendo al ascensor y subí las tres plantas que me separaban de ella.



Llegué al baño en cuestión y vi que en la puerta había un cartel que ponía: "Averiado. Por favor, vaya a los servicios de las otras plantas". Reconocí el papel ligeramente violeta que suele utilizar ella para imprimir, por lo que supe que el aviso era cosa suya.



El servicio estaba desierto y con las luces apagadas, aunque por los ventanales se colaba una tenue luz que permitía ver con cierta claridad. Había tres puertas de acceso a sendos inodoros. Probé las dos primeras que estaban vacías, y por fin, en la tercera, estaba Elsa, bellísima, con el pelo recogido con un moño y vestida con un traje chaqueta que le sirvió para entrar por las oficinas sin levantar sospechas.



Tirándome de la corbata me introdujo en el habitáculo. Cerré la puerta con el pestillo y estuvimos un buen rato besándonos en la boca. Tenía muchas ganas de comerle la boca, y le sujetaba la cabeza con ambas manos mientras mi lengua invadía su garganta y mis labios la devoraban ruidosamente. Ella me separó con los brazos y me pidió silencio:



-Shhhh… No hagas tanto ruido… Y ahora siéntate en el váter.



Lo hice y ella se arrodilló ante mí. Se irguió un poco y continuó besándome la boca mientras sus habilidosas manos me desabrochaban el cinturón y me desabotonaban el pantalón. Mi pene ya estaba duro como una piedra, y ella lo agarró fuerte como una mano.



-Estás muy caliente, ¿verdad que sí? Qué dura la tienes…



-Pero vas a tener que ayudarme, yo no puedo trabajar con la polla así- le seguí el juego.



-Tranquilo, que sé exactamente cómo arreglarlo - Se chupo lascivamente el dedo mientras con la otra mano empezaba masturbarme suavemente, y luego se desabotonó la camisa, dejando ver sus pechos redondos perfectamente recogidos en un sujetador de encaje que le regalé el pasado San Valentín, uno muy atrevido que se desabrocha por delante gracias a un corchete que tiene entre las dos copas.



-Te voy a comer la polla, cabrón.- Dijo antes de agacharse y comenzar a besarme el capullo. Primero lo hizo con los labios bien cerrados, y me recorrió todo el pene con besitos mientras con una mano me lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba los testículos. Luego empezó a lamérmelo de abajo a arriba y viceversa, mientras su mano me masturbaba poco a poco. Yo estaba loco de excitación e impaciencia:



-Chúpamela…



-No seas desesperado- me decía entre lametones. Fue bajando su boca y comenzó a meterse alternativamente mis cojones en la boca chupándolos fuerte mientras no paraba de masturbarme. Cuando me dejó totalmente lleno de saliva, hizo algo que me vuelve loco: se dio golpecitos con la verga por toda la cara mientras gemía profundamente. De pronto, sin previo aviso, por fin se la metió en la boca.



El ritmo de su cabeza subiendo y bajando era lento, pero constante. De vez en cuando paraba y se quedaba mirando fijamente el prepucio hinchado, y otras dejaba escapar un hilillo de saliva desde su boca para lubricarme bien. Luego se la metía de nuevo en la boca y seguía chupando un poco más rápido.



Así estuvo tres o cuatro intensos minutos, hasta que en un momento dado, noté como abría más la boca y bajaba hasta meterse toda mi verga en la garganta. Hasta hace poco ello le provocaba arcadas, pero ya había logrado controlarlas y ahora era toda una maestra en felaciones profundas. Sentir esa calidez y humedad combinadas a veces era demasiado para mi, y tenía que hacer grandes esfuerzos para no correrme.



Se la sacó de la boca, dio un gran resoplido mientras dejaba caer sus babas, y luego volvió a metérsela rápidamente hasta el fondo. Permaneció así un instante muy largo, en el que yo le sujeté la cabeza con ambas manos y la apreté un poco más hacia mí durante un par de segundos. Cuando la solté volvió a separarse y me preguntó si me estaba gustando.



-Sí nena- la llamaba así cuando estaba en plan putón; en otro contexto no le gustaría nada- Sabes que me vuelves loco.



-Pues esto te va a gustar aun más- me dijo a la vez que con un dedo desabrochaba el cierre delantero del sujetador, liberando sus tetas y estrujándome el sexo entre ellas. Se apretó bien los pechos y comenzó a hacerme una cubana subiendo y bajando el torso.



-¿Te gusta que te folle con las tetas, cariño?-



Mi polla, llena de saliva y babas tras su garganta profunda, estaba muy resbaladiza y se deslizaba perfectamente entre sus senos.



-Me encanta, nena, ya sabes cuánto me gustan tus tetas.



-¿De verdad te gustan mis tetas? ¿Te gustaría llenármelas de leche?- Me decía con voz de gatita mientras no cesaba en su movimiento.



-Si, si, claro que me gustaría.



-¿Y no preferirías correrte en mi boquita? ¿O en mi carita? ¿Dónde te gustaría?- Se apretó aún más las tetas, aumentando la fricción y el placer. En esas condiciones, hacerme pensar cualquiera de las opciones era demasiado, pues estaba abandonado al placer.



-Yo... no sé… donde tú quieras…



-Es que yo quiero tu leche donde sea. Me encantaría bañarme en tu leche. Quiero que me llenes todo el cuerpo de semen calentito, de arriba abajo. Soy una zorrita sedienta de leche, ¿aún no lo sabes?



Me ponía loco escucharla decir eso. Tuve el impulso de levantarme y ponerla contra la pared para follármela, pero un trato es un trato. Así que le dije.



-Quiero que mi zorrita se meta la polla en su boquita sucia otra vez.



Ella se sonrió y así lo hizo. A estas alturas, ni que decir tiene que yo ya estaba apunto de terminar, y ella lo sabía. Por eso empezó a chupármela a una velocidad de vértigo mientras con la mano me sujetaba la base de la polla.



Noté que el electrizante placer del orgasmo comenzaba a subir desde la base de mi pene y la avisé entre suspiros de que estaba a punto de correrme. Ella pareció no escucharme, porque siguió con su frenético ritmo hasta que ya no pude contenerme más y estallé.



Elsa me pajeaba y mantuvo mi polla en la boca mientras mis primeros tres chorros de esperma se la llenaban. Luego se la sacó y, sin dejar de masturbarla, se pegó el capullo a la mejilla, de modo que el resto del semen llenó poco a poco un lado del rostro sin que la leche salpicar demasiado.



Cuando terminé de eyacular, ella se sujetó ambos pechos y abrió la boca enseñándome el fruto de mi orgasmo. Jugueteó con él como hiciera con la leche del vídeo que me había mandado horas antes, y lo dejó escurrir sobre sus tetas mientras con una mano lo extendía, dejando la piel brillante. Para finalizar, se metió mi miembro en al boca por última vez y lo dejó totalmente limpio, tragándose los pocos restos de esperma que quedaban.



-Y ahora, cariño, vete a trabajar, que aún te quedan un par de horas para salir.



La besé y salí de ese baño desértico tras aclararme un poco la cara. Elsa permanecía silenciosa en el interior del váter y ni siquiera nos dijimos adiós por si nos pudieran oír. Regresé a mi mesa de trabajo aún extasiado por la situación tan morbosa que acababa de vivir.



Y apenas me había sentado en la butaca, recibo en mi correo una nueva foto que me manda Elsa con su móvil desde le baño. En ella podía preciar su bella cara cubierta de lefa, un fino hilillo de esperma o saliva cayendo por la comisura de su boca, y el inicio de su escote, aún lleno de mi esencia. Estaba morbosamente encantadora, y como lo mejor es que el lápiz de labios especial había aguantado tan dura prueba sin despintarse. El texto adjunto ponía:



"Te espero en casa. Descansa ahora porque luego no te dejaré almorzar hasta que me rompas el culo".



¿Qué puedo decir? Soy un hombre afortunado